lunes, octubre 17, 2005

El café en Sophos

Hoy me decidí a salir con el pretexto de tomar una buena taza de café al Sophos de la Reforma. Es un buen lugar para leer a pesar del ruido de los buses de la avenida. Desde mi casa puedo ir a pie; tampoco me queda muy cerca. Me convenzo al pensar que puedo aprovechar el rato para darme un paseo. Camino sobre la 14 avenida que me llevará directo a mi destino. Paso a un costado del parque dedicado a Dante Alighieri. El pobre padre de las letras italianas está mas abandonado que un muerto. Su único ornamento son los tristes arbustos que se aventuraron a echar raíces a su suerte. Ni una flor, ni un laurel... nada. Pienso que no es justo.
En estas calles los automovilistas no son muy amigos de los peatones, así que con cada avenida que cruzo sé que me estoy jugando un poco el pellejo. Me baso en la experiencia para descifrar el próximo movimiento del automóvil que se aproxima. Lamentablemente no se explota el potencial de los pidevías para informar en qué momento decidirá cambiar el curso.
Empiezo a cruzar la avenida un poco nervioso confiando en mi instinto, creyendo decifrar los pensamientos del conductor, pero éste en un movimiento ágil y temerario gira rapidamente obligandome a empezar la carrera hacia la seguridad de la banqueta. Es un momento decisivo en el que los reflejos y la juventud son puestos a prueba. Logro salir airoso de la situación con un pequeño brinco final que me coloca en terreno seguro mientras una de las voces interiores grita con entusiasmo ¡olé!.
Es toda una alegría caminar por calles y avenidas tan llenas de movimiento y situaciones imprevistas. El recorrido se me hace un poco mas corto de lo que creí. Ya estoy ingresando al café, espero ver los libros apilados tan ordenadamente en las mesas del interior. Todos tan nuevos y con hojas tan blancas.
Me recuerdo que he venido a tomar un café, así que busco una mesa vacía en la que me instalo con mi paquete de cigarrillos y "El hombre duplicado" de Saramago sobre la mesa. El ambiente respira una extraña tranquilidad, toda la gente está muy concentrada en lo que hace.
En una de las mesas reconozco a Halfon. No es extraño porque lo he visto muchas veces jugando al ajedrez en alguna de las mesas. Me parece una especie de intelectual. Tiene sobre la mesa una pipa y la está dibujando insistentemente en un bloc de grandes hojas .
Mas allá está un corredor que sale a la Reforma. Un poco aislado y dándome la espalda está M. Echeverría leyendo un libro. No distingo que es lo que lee y eso me intriga. Para mi suerte soy de las pocas personas que siempre llevan un catalejo guardado en alguna parte, siendo como soy todo un voyeurista.
Lo extiendo sin pensar mucho en lo estrafalario del espectáculo y lo enfoco en la página que lee.
"Señor, ha tiempo que yo canto el verbo del porvenir. He tendido mis alas al huracán, he nacido en el tiempo de la aurora; busco la raza escogida que debe esperar, con el himno en la boca y la lira en la mano, la salida del gran sol"
Reconozco el texto pues lo sé de memoria, es parte de "El Rey Burgués" de Ruben Darío. Me parece muy extraño porque me hubiera imaginado que estaría leyendo a Sartre o a Francisco Umbral. Estoy ahondando en estos pensamientos cuando se acerca el guardia de seguridad con su escopeta en la mano para exigirme que guarde mi aparatejo. Me explica que tiene órdenes de prohibir el uso de catalejos y cámaras fotográficas dentro del lugar. También debe perseguir a todo aquel que ose a salir corriendo con cualquier libro sin haberlo pagado. Bueno, casi cualquier libro. No perseguirá a quienes salgan con libros de Cohelo o Dan Brown. Suficiente castigo tendrán esos infames al leer esos textos.
Ordeno una cerveza recordándole a la camarera que me traiga las manías con elotitos y pasas. Ya una vez olvidaron ese detalle. Mojo los labios en la espuma y, un segundo después la blonda bebida llega a la garganta explotando en miles de burbujas frías.
Se abre la puerta del interior para dar paso a A. Mills que sale algo ensimismado y con dos libros bajo el brazo. Uno es una bella edición de Visor de Poesía de Paul Verlaine en francés y español. El otro es "Viento fuerte" de Miguel A. Asturias. Me saluda muy amable aunque no sabe mi nombre, nos conocemos sólo de vista. Me explica que son dos libros para regalar. Me parece un buen gesto mientras termino de un sorbo el final de mi cerveza.
Salgo de Sophos sin haber entrado a ver los libros, recordándome que no tomé café y preguntándome si Halfon escribiría al final de su dibujo "Ceci n'est pas une pipe".

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