martes, febrero 09, 2010

Apollonie


De aquellos días me recuerdo poco. Fueron dos meses en Xela y me recuerdo borracho la mayor parte del tiempo, metido en problemas el resto. Ese día amanecí enjutado y tiritando por el frío, de goma y sin memoria alguna del día anterior. Permanecí unos minutos acostado, solo acostado, con los ojos entreabiertos, buscando reunir las fuerzas necesarias para levantarme. Tenía los puños cerrados, muy cerrados, los apretaba como si deseara que el calor de mi cuerpo no se disipara por las manos.
Abrí los puños lentamente. Poco a poco pude ver que una de mis manos contenía algo, algo color carmesí, ligoso. Abrí los ojos tanto como pude, peleando contra ese sol que se mostraba particularmente violento ese día. Era una muela. Me asusté. Rápidamente la metí en mi boca, buscando el lugar en el que iba, pero no era mía. Deslicé mi dedo índice aún ensangrentado sobre la superficie de mis dientes y no encontré un solo espacio vacío. Era 9 de febrero, día de Santa Apolonia.
La muela la guardé en una cajita de madera, la conservo como una reliquia. Cuando tengo dolor de muelas le rezo a Santa Apolonia frente a la muelita y el dolor se va.

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