lunes, junio 18, 2012

La conveniencia de no tener un río en la ciudad


Estuvo bueno no tener un buen río cortando en dos la ciudad como en las grandes ciudades que tienen un Danubio o un Sena dividiendo las calles y avenidas como una lágrima continua y perpetua (visible en esa forma solo para los suicidas momentos antes de lanzarse a las aguas que corren como lágrimas que corren). Las ciudades, ya sabemos, tienen la enorme desventaja de mantener a cierta cantidad de población en agonía y sufrimiento constante; en otras palabras un pequeño inventario de suicidas potenciales. Y ésto es así porque somos animales sociales que funcionan bien en grupos pequeños pero no tanto en las cantidades bestiales de personas que aglomeran las ciudades de hoy en día. Acá por suerte en vez de río tenemos barrancos. Hondos y profundos como el dolor; como cicatrices de alguna guerra de treintiséis años; como el fondo de la panza de un amante que recién descubre un amor traicionero de la mano de otro amante que no es uno sino otro y se pasean por el centro de la ciudad sin prisas; como el abismo que se abre cuando se cierran todas las oportunidades. Digo por suerte porque sospecho que nuestra cantidad de suicidas aumentaría notablemente con un río a la mano. Y es que no es lo mismo amarrarse una piedra y tirarse a un río que lanzarse a las piedras y convertirse uno mismo en el río, se necesita un poco más de coraje y sufrimiento para hacer lo segundo. O al menos eso creo, nunca antes fui suicida.